Quiero compartir brevemente cómo esto se ve y a veces no se ve, en mi práctica docente en la asignatura de Métodos Cualitativos de Investigación en Enfermería.
Hace dos semestres un grupo diseñó un protocolo cualitativo para explorar la experiencia de adherencia al tratamiento en pacientes con DM2 atendidos en un hospital público. El proyecto estaba bien formulado: entrevistas semiestructuradas, muestreo teórico, consideraciones éticas. Sin embargo, el Comité de Ética rechazó la propuesta argumentando que la metodología cualitativa no ofrecía “evidencia suficiente” y que las entrevistas podían “incomodar” a los pacientes.
Demostrando esto una desalineación de paradigmas: persistía una visión estrecha de “cientificidad” que desconoce el rigor propio de la cualitativa. Lenguaje técnico poco accesible, que ellos desconocían: el protocolo no tradujo “criterios de rigor cualitativo” (credibilidad, transferibilidad, etc) a un lenguaje claro para el comité, como consecuencia: el grupo perdió el acceso al campo y se desmotivó. El aprendizaje se volvió escolarizado y a veces eso puede hacer que se quede todo quedó en papel.

En otro módulo, buscamos implementar práctica basada en evidencia para mejorar la educación en autocuidado en un servicio con carencia de recursos: poco material didáctico, alta rotación de personal y tiempos mínimos por paciente. La literatura que consultamos (incluso actual) presuponía condiciones que no existen en muchos hospitales mexicanos: ratios de personal altos, espacios privados para consejería, acceso estable a impresiones y material gráfico. El estudiante percibió que “la evidencia no aplica aquí”. Es decir, descontextualización. Sin un puente entre la literatura y la realidad local, ¿Creen que el aprendizaje perdió sentido situado?